viernes, 11 de septiembre de 2009

"Lo Crudo", Introducción (fragmento).

No creo que la poesía sea expresión. La poesía va mucho más allá de la necesidad de expresarse. Es gritar cantando, en todo caso. Pero no es gritar, acaso.

Hablo de poesías, sin distinguir prosa y verso, dado que todos tienen la misma intencionalidad –aún aquellos que parecen relatos-: confundir, provocar el pensamiento, dudar. Son incompletos para ser una narración como dios manda. Un texto narrativo, creo, debe decir lo que tiene que decir y finalizar en la acción misma; un texto narrativo debe conformarse con una trama armada de tal forma que no parezca armada, que tenga una estructura irreductible al mero ejercicio lingüístico; contar una historia de verdad, es de una complejidad para la cual no estoy capacitado. Un texto narrativo no puede pretender ni más ni menos que eso, contar una buena historia; decir. Pero la poesía no debe decir nada; debe susurrar, sugestiva, como una mujer.


Algunos textos de "Lo Crudo".


De la muerte lejana

Se murió alguien.

(Es un poema. Debería decir:

“Hoy se ha muerto”,

o

“La muerte hoy ha llamado a…”

Pero no.)

Si nada tenía mío y nada tengo de ella

¿Por qué me obliga a versar estas palabras,

sin rima, blancas, grises, libres?

¿Por qué me obliga a perder el tiempo

para tomar este lápiz y escribir

en negro gris sobre ella?

Si nunca me interesó su vida,

si fue alguien sin presencia,

si más que unos minutos no duró para mí,

¿por qué eterna necesidad,

debo nombrar su perpetua ausencia,

en las primeras horas de su infinitud?

Una persona se murió y me entero,

recién ahora, de que todo otro es reflejo

perpetuo de uno mismo, todo el tiempo.



Canción en prosa para pibitos.

En sus ojos, tremula el agitado amarillo del ceniciento asfalto. Su casa. La humedad de este barrio –su mundo, su universo-, es horrible. Más, en esta época del año. Fuma un medio cigarro negro que alguno tiró apurado porque venía el colectivo.

En el cordón, están él y sus ojos rojos, inflamados y sus sonrisitas surgidas del más profundo y oscuro rincón de su inconciente. Hace rato que los pasillos de la villa no le llenan de mierda las zapatillas. La mugre y el frío de la plaza son un placer, en comparación.

Él. Y a su lado, un montón de otros él. Nadie, bah. Un montoncito apilado de nadies que en cualquier momento dejan de asustar a las señoras del barrio con esa actitud que destila enojo, bronca, impotencia. No asustarán más a los oficinistas que abrazan su maletín, atormentados y extremistas. No provocarán más el asco de las nenas que salen de la facultad, de sus mitines de izquierdosos discursos vacuos, y que no entienden por qué no luchan por su bienestar y el de la sociedad estos cabezas funcionales al régimen. No van a amenazar más, un día. Un día no van a traer ante los ojos la sucia y estropeada historia personal. Dejarán de ser el papel de calcar de nuestras inmundicias. Y no serán más el laxante de nuestro fascismo más espúreo. Somos ellos y, en ellos, somos nosotros. Complementarios como el creador y su creación.

Y un día, esas bombas pequeñitas, como dice la canción, van a explotar. Y su sangre alimentará las fauces de esta vampiresca ciudad.

Mientras, él, tan solo, tan único, tan esplendoroso, tan poderoso, fuma la última pitada del cigarro y piensa en manguear algo para morfar en Ugi´s.

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